pesadillas y terrores depresión

Rompiendo el silencio: depresión en niños y adolescentes

La infancia y la adolescencia son etapas de la vida llenas de cambios, descubrimientos y desafíos. Los padres lo sabemos: no es fácil para nosotros adaptarnos y estar al día de sus metamorfosis. Pero para ellos tampoco es sencillo y, más aún, en el mundo que les ha tocado vivir.

La depresión, una enfermedad considerada “clásicamente” de adultos, cada vez se diagnostica a edades más tempranas, sobre todo en la última década y a raíz de la pandemia COVID-19, por lo que tenemos que estar muy atentos a las señales de alarma para intentar evitar, en la medida de lo posible, el sufrimiento que trae consigo esta sombra que puede nublar nuestro camino.

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¿Qué es la depresión?

Estar deprimido no es simplemente estar triste. No es “estar de bajón” unos días. La tristeza es una emoción básica que es normal y sano sentirla en determinadas circunstancias, como si nos llevamos una decepción o perdemos algo (un juguete, por ejemplo) o a alguien (por que se marcha a otro lugar o por muerte). Hay que sentir la tristeza y atravesarla, como el resto de emociones, aunque ésta no nos guste porque nos deja con poca energía y ganas de llorar. Pero no es mala ni buena. Es una emoción más que a los adultos nos cuesta sostener, porque nos puede superar el sufrimiento de nuestros hijos y queremos evitárselo. Pero no podemos.

Aunque los estudios en los niños son limitados, se estima que la prevalencia de depresión en niños es del 1-2%, en adolescentes aumenta hasta el 3-8%, llegando a un 20% a los de 18 años.

La depresión es un trastorno multifactorial. No se le puede “echar la culpa” a un hecho aislado. Es un estado anímico intenso que incluye la tristeza (pero NO es sólo estar triste), irritabilidad, altibajos emocionales, cansancio o fatiga, embotamiento mental, ansiedad… Y estos síntomas duran más de 2 semanas, a veces meses o incluso más tiempo.

Aunque no haya una única causa, sí que tenemos factores de riesgo y otros que van a ser protectores, de forma que distintas personas, ante una misma situación, puedan ser de una u otra forma. Ni mejor ni peor, pero se pueden trabajar.

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Entre los factores protectores está la resiliencia (o capacidad de adaptación a situaciones adversas), redes de apoyo amplias, amistades saludables, práctica de algún deporte, tiempo en familia, conexión con entornos naturales, apego seguro, buena comunicación en el hogar…

Entre los factores de riesgo están el aislamiento social, el empleo inadecuado de internet y de los dispositivos electrónicos, el sedentarismo, tendencias culturales, pertenencia a grupos sociales “no beneficiosos”, conflictos familiares, abusos, problemas escolares …

Es una enfermedad REAL aunque, como otras enfermedades mentales, sea invisible a los ojos de algunas personas (que no a otras pruebas de imagen).

En la depresión, se produce una disminución en neurotransmisores del tipo serotonina, dopamina y noradrenalina, encargados de la regulación del humor y de las emociones. Lo que nos lleva a presentar sus síntomas.

¿Qué síntomas podemos observar en una depresión?

Cada persona tiene su propia idiosincrasia depresiva. Es decir, que cada uno lo vive de una manera diferente, aunque hay una clínica común y un sufrimiento profundo.

Según la edad podemos también podemos observar unos síntomas distintos:

  • Preescolar: puede predominar la irritabilidad, apatía, falta de interés en el juego, falta de colaboración con los padres, gesto triste, anorexia, trastornos del sueño o ansiedad por separación…
  • Escolar: expresión triste, llanto, irritabilidad, hiperactividad o lentitud motriz, sentimientos de desesperanza, dolor abdominal o de cabeza, apatía, sentimientos de culpa, ansiedad, ideación suicida…
  • Adolescente: ánimo deprimido o irritable, pérdida de interés o placer por las cosas, dificultades de concentración, lentitud o agitación psicomotriz, cansancio, anorexia o bulimia, pérdida de peso, lentitud de pensamiento, dificultad para tomar decisiones, consumo de drogas, ideas de suicidio, cortes o automutilaciones…

¿Cómo se diagnostica la depresión?

El diagnóstico se hace con una entrevista clínica detallada y la exploración del estado mental, para ver si se cumplen ciertos criterios diagnósticos (DSM-V o CIE-10).

La detección temprana es fundamental para abordar la depresión en la infancia y adolescencia (y a cualquier edad). Padres y educadores debemos estar atentos a cambios significativos en el comportamiento de los jóvenes, como el aislamiento social, cambios en el rendimiento escolar o expresiones constantes de tristeza.

¿En los niños hay que tratar la depresión?

A cualquier edad. Si. Siempre. La depresión causa un malestar intenso y un sufrimiento que no hay que ignorar. A veces hará falta medicación y psicoterapia, otras sólo psicoterapia. El tratamiento debe estar orientado a disminuir los síntomas y mejorar el funcionamiento de la persona que lo padece, tenga la edad que tenga, intentando reducir las recaídas que, por mi experiencia, son horribles.

También me parece de vital importancia la orientación a las familias. “Cuidar al cuidador”, que necesita cargarse de muchas herramientas para poder sentirse de utilidad y apoyar en este proceso, que puede ser largo.

Hablar mucho con vuestros pequeños. Hablarles de vuestras emociones y sentimientos. No seáis esquivos. Contarles historias de cuando erais niños. Hablar de los pensamientos, los vuestros (adaptados a su nivel de comprensión) y los de ellos y ellas.

Exteriorizar siempre es bueno.

¿Y el suicidio?

El suicidio es un tema tabú aún en nuestra sociedad. Quizás, no hablamos de ello porque se tiende a pensar que las cosas que no se hablan dejan de existir. O igual creemos que, si no tratamos estos temas dolorosos, no vamos a sentir dolor y, así, nos evitamos sufrimientos.

Pero no. No hablar de suicidio lo estigmatiza. Las familias que han sufrido una pérdida por este motivo, callan por miedo, culpabilidad e impotencia. Algunos de los supervivientes de un intento de suicidio, guardan silencio por no verse señalados o etiquetados.

Hablar de emociones es imprescindible para nuestra salud, desde bien pequeñitos. Apagarlas, hacer como que no importan las que consideramos negativas, no nos hace bien alguno.
Las ideas de suicidio son muy frecuentes.

Tener una idea no quiere decir que la vayamos a llevar a cabo, pero no contarla duele. El pensamiento de quitarse la vida, es una reacción «normal» de nuestro cerebro ante un intenso sufrimiento. Es una profunda desesperanza, no verse capaz de ver un futuro… oscuridad en un túnel sin ninguna luz a la que aferrarse. Y, al contrario de lo que queremos pensar, esto nos puede pasar a cualquiera. Y hablar de ello, sí que puede salvar vidas.

No es infrecuente. Una de cada 100 muertes es por suicidio. Y se estima que por cada fallecido, hay 20 intentos.

El suicidio ya es la causa más frecuente de muerte entre los 15 y los 29 años, por encima de los accidentes y el cáncer.

Hablamos de ello, por favor. No hagamos como que no es real.

Y mucha muchísima paciencia, amor y mimos.

Los necesitan, aunque no los pidan, aunque digan que no los quieren, los necesitan.

Pediatribu

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